Libertad de movimiento
Coco Chanel fue una visionaria. Logró interpretar a tiempo la opresión que sentían las mujeres y estuvo ahí cuando estallaron los locos años ´20.
Cansadas de corsés y bustos entallados, de sombreros con plumas, pájaros y tules, las mujeres gritaban al mundo la necesidad de un cambio que les permitiera “libertad de movimiento” y Coco era la indicada.
De una vida personal nada de conservadora ni reservada, creía firmemente que la mujer podía mostrase elegante sin tener que cargar con todo el peso de una moda que las retenía en la casa.
Es así como los primeros pasos de esa liberación femenina la dio en el campo de los sombreros, quitándoles todos los adornos inútiles, disminuyendo su tamaño e incluso avanzando así una estilizada pero –horror- masculina gorra o boina.
No faltaron quienes la acusaron de profanadora y libertina, pero Chanel no dio paso atrás e impuso sus diseños sencillos de línea recta, pero que nunca impedían el movimiento natural de las mujeres.
Ella fue la primera modelo de pasarela de sus diseños. Su estilo lo tomó de la ropa de sus amantes que acostumbraba vestir y, por eso, causó gran sensación cuando se apareció -por primera vez en público- en un hipódromo, vestida con un elegante traje sastre y un discreto sombrero.
Su clásico Chanel, esa chaqueta y falda de corte sencillo, en “tweed” fue la respuesta que le dio a las mujeres que reclamaban más libertad. Al tiempo sumó las blusas blancas, los corbatines y los diseños con corte militar y también naviero que patentó luego de sus paseos en yate con el Duque de Westminster.
También dejó su sello en esas cadenas que utilizaba en el dobladillo de las chaquetas o los chalecos adaptados y que la llevaron al traje de tres piezas para damas; en los pullover de cuello tortuga y en los zapatos de punta negra que diseñó para estilizar aún más las figuras delgadas.
No sólo transformó el tweed, tela destinada a los trajes de varones, en una pieza de vestir femenina, si no que el “jersey”, esa lanilla que se usaba para la ropa interior de los hombres, se convirtió en su mejor aliada. Su furró negro o “littel black dress”, que estrenó en 1926, era un dos piezas de corte recto, sin cintura, que no impedía la movilidad debido a la elasticidad de su material.
También avanzó en el campo de la joyería, dando paso a la bisutería. Sus propias joyas, que recibió de sus amantes, las copió y luego vendió, y comenzó a popularizar largas cadenas, collares de grandes perlas de fantasía y gruesos pendientes.
Además, invadió el campo de las carteras con un diseño acolchado –quilted- al cual le agregó una cadena para terminar así con esos incómodos bolsos que no liberaban nunca las manos de las señoras.
Pese a la simpleza de sus modelos, no abandonó algunas faldas ampliadas que no tenían tal carácter gracias a las telas utilizadas y en los años ´30 retomó algunos diseños con plisados. Pero siempre, se mantuvo alejada del “new look” instaurado por su competidor Christian Dior, quien con sus figurines entallados y ampliadas faldas quiso devolver a la mujer el glamour que, según él, Coco les había quitado.
Aunque una de sus máximas era que “para lograr ser irremplazable, uno siempre debe ser diferente”, su estilo consagró los colores negro, blanco y beige y durante sus años al frente de Casa Chanel no los abandonó e incluso pudo sobrellevar con éxito el Art Decó y convertirse en una de sus iconos.
Aunque nunca estuvo dispuesta a diseñar para las grandes masas y elevaba el precio de sus creaciones –a las que ponía monedas con las dos CC en vez de botones- porque sabía que con eso las haría exclusivas, estuvo dispuesta a democratizar el lujo al crear en 1923 su perfume Chanel No. 5, que popularizó Marilyn Monroe con su indiscreto comentario sobre como dormía.
En los años ´30 creó su primera línea de cosméticos -que a Chile trae Moure- compuesto por un lápiz labial, polvos traslúcidos y colorete con los que consiguió ubicarse en el mercado del maquillaje.
“El carisma es mejor que la belleza. Dura más” dijo en una oportunidad, clara de que el lujo era una necesidad espiritual, pero que en su caso tenía un trasfondo en un pasado de escasez.
El 2005, el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York montó una retrospectiva con 63 trajes originales de la diseñadora y quienes asistieron, vistieron los últimos modelos de su sucesor, Karl Lagerfeld.
Su impresionante vida fue llevada a las tablas de Broadway, en 1969, en un musical que interpretó Katherine Hepburn, oportunidad en la que pasó a llamarse simplemente “Coco”.
Coco Chanel fue una visionaria. Logró interpretar a tiempo la opresión que sentían las mujeres y estuvo ahí cuando estallaron los locos años ´20.
Cansadas de corsés y bustos entallados, de sombreros con plumas, pájaros y tules, las mujeres gritaban al mundo la necesidad de un cambio que les permitiera “libertad de movimiento” y Coco era la indicada.
De una vida personal nada de conservadora ni reservada, creía firmemente que la mujer podía mostrase elegante sin tener que cargar con todo el peso de una moda que las retenía en la casa.
Es así como los primeros pasos de esa liberación femenina la dio en el campo de los sombreros, quitándoles todos los adornos inútiles, disminuyendo su tamaño e incluso avanzando así una estilizada pero –horror- masculina gorra o boina.
No faltaron quienes la acusaron de profanadora y libertina, pero Chanel no dio paso atrás e impuso sus diseños sencillos de línea recta, pero que nunca impedían el movimiento natural de las mujeres.
Ella fue la primera modelo de pasarela de sus diseños. Su estilo lo tomó de la ropa de sus amantes que acostumbraba vestir y, por eso, causó gran sensación cuando se apareció -por primera vez en público- en un hipódromo, vestida con un elegante traje sastre y un discreto sombrero.
Su clásico Chanel, esa chaqueta y falda de corte sencillo, en “tweed” fue la respuesta que le dio a las mujeres que reclamaban más libertad. Al tiempo sumó las blusas blancas, los corbatines y los diseños con corte militar y también naviero que patentó luego de sus paseos en yate con el Duque de Westminster.
También dejó su sello en esas cadenas que utilizaba en el dobladillo de las chaquetas o los chalecos adaptados y que la llevaron al traje de tres piezas para damas; en los pullover de cuello tortuga y en los zapatos de punta negra que diseñó para estilizar aún más las figuras delgadas.
No sólo transformó el tweed, tela destinada a los trajes de varones, en una pieza de vestir femenina, si no que el “jersey”, esa lanilla que se usaba para la ropa interior de los hombres, se convirtió en su mejor aliada. Su furró negro o “littel black dress”, que estrenó en 1926, era un dos piezas de corte recto, sin cintura, que no impedía la movilidad debido a la elasticidad de su material.
También avanzó en el campo de la joyería, dando paso a la bisutería. Sus propias joyas, que recibió de sus amantes, las copió y luego vendió, y comenzó a popularizar largas cadenas, collares de grandes perlas de fantasía y gruesos pendientes.
Además, invadió el campo de las carteras con un diseño acolchado –quilted- al cual le agregó una cadena para terminar así con esos incómodos bolsos que no liberaban nunca las manos de las señoras.
Pese a la simpleza de sus modelos, no abandonó algunas faldas ampliadas que no tenían tal carácter gracias a las telas utilizadas y en los años ´30 retomó algunos diseños con plisados. Pero siempre, se mantuvo alejada del “new look” instaurado por su competidor Christian Dior, quien con sus figurines entallados y ampliadas faldas quiso devolver a la mujer el glamour que, según él, Coco les había quitado.
Aunque una de sus máximas era que “para lograr ser irremplazable, uno siempre debe ser diferente”, su estilo consagró los colores negro, blanco y beige y durante sus años al frente de Casa Chanel no los abandonó e incluso pudo sobrellevar con éxito el Art Decó y convertirse en una de sus iconos.
Aunque nunca estuvo dispuesta a diseñar para las grandes masas y elevaba el precio de sus creaciones –a las que ponía monedas con las dos CC en vez de botones- porque sabía que con eso las haría exclusivas, estuvo dispuesta a democratizar el lujo al crear en 1923 su perfume Chanel No. 5, que popularizó Marilyn Monroe con su indiscreto comentario sobre como dormía.
En los años ´30 creó su primera línea de cosméticos -que a Chile trae Moure- compuesto por un lápiz labial, polvos traslúcidos y colorete con los que consiguió ubicarse en el mercado del maquillaje.
“El carisma es mejor que la belleza. Dura más” dijo en una oportunidad, clara de que el lujo era una necesidad espiritual, pero que en su caso tenía un trasfondo en un pasado de escasez.
El 2005, el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York montó una retrospectiva con 63 trajes originales de la diseñadora y quienes asistieron, vistieron los últimos modelos de su sucesor, Karl Lagerfeld.
Su impresionante vida fue llevada a las tablas de Broadway, en 1969, en un musical que interpretó Katherine Hepburn, oportunidad en la que pasó a llamarse simplemente “Coco”.
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